Tengo 50 años, soy profesor y esta
semana me cuesta ir a clase.
Después de los recortes de sueldo, la
precariedad laboral, el paro, el desasosiego de estar con niños con trastornos
mentales, diagnosticados y con la posibilidad de brotes psicóticos en cualquier
momento, el hecho de la ballesta ha sido demoledor.
Y aún más decepcionante ha sido leer en la
prensa la muerte de un profesor sustituto en segundo plano.
Coger el arma no ha sido cuestión de un
instante.
Y siento enorme tristeza y profunda
indignidad porque parece que los monitores, maestros y profesores, entre otros
educadores, tenemos deberes sin derechos, mientras que los alumnos sólo tienen
derechos. Me pregunto cuál es la raíz de este hecho. Quizás la respuesta está
en las familias de nuestra sociedad actual.
Generalizando, me da la impresión de que
padres y madres se creen más las mentiras de sus hijos que las verdades de los
docentes que intentan hacer su tarea lo mejor que pueden. Las familias pueden
cuestionar todo lo que hacen a sus hijos desde un entrenador de baloncesto
hasta un profesional de la sanidad. Los niños lo ven y lo viven y son
consecuentes.
Estando así las cosas, los niños, desde
que se levantan hasta que se acuestan, hacen lo que les da la gana.
Las instituciones deben reeducar el
papel de los padres y madres en el respeto por la educación. Si el trabajo no
está hecho en casa, en la escuela nos lo ponen difícil, muy difícil. Los
profesores no somos héroes pero tal vez algunos sí.
Para cuando BALLESTA 2?-.............................................
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